Embarcados en la búsqueda de semejante tesoro emprendieron camino algunos visionarios desde aquel momento en que perdieron el poder, a sabiendas que sería bastante difícil hallar el instrumento que pudiera devolverles la atención colectiva; perdida por una sola razón, creer que sería eterna.
Fábula o leyenda, lo cierto es que se volvió indispensable poder reagrupar a los roedores como necesidad básica de control. Ya no importaba bajo qué consigna o convicción sino solo bastaba con estar juntos.
Es que el canto de sirenas dejó de funcionar. Algo habrá pasado en esta sociedad que alguna vez embriagada de seducción creyó todo lo que le dijeron. Esos seres mitológicos que relatara Homero con una cualidad terrible, y en cuyo célebre libro de La Odisea, las describe como seres que «hechizan a todos los hombres que se acercan a ellas», puesto que aquel que escucha su voz «nunca se verá rodeado de su esposa y tiernos hijos (…). Antes bien, lo hechizan estas con su sonoro canto, sentadas en un prado donde las rodea un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca».
Esas voces eran lo que se conocía como el canto de las sirenas, una terrible amenaza a evitar por los marineros de la antigüedad durante sus navegaciones por el Mediterráneo, pero una herramienta de marketing en la Edad Media, cuando numerosas tabernas utilizaron la figura de la sirena para adornar los carteles de las posadas, en la creencia de que así atraerían a más clientes.
Una gran mezcla se conjugó en nuestros últimos años. Un poco de esperanza, con bastante credibilidad, más algunas falencias culturales, homogeneizadas con un tono agradable diseñado por grandes pergeñadores publicitarios, bastaron para abrir paso al canto macabro de la desgracia.
Por suerte algo pasó y ya no está funcionando ese canto. Así como impunes al daño ya generado se muestran abyectos y desalmados, ansiosos por encontrar el nuevo instrumento de atracción.
Me desvela pensar dónde estará la pequeña caña agujereada, para arrebatárselas de las manos y entonces poder cumplir con la historia. Mi finalidad no será restablecer la conexión del poder hegemónico sino mucho más simple, tanto que podría escribirse como la resurrección del flautista; ya que no pienso en otra cosa que llevar todas las ratas al río para que perezcan ahogadas.
Pero… tenemos flauta y no flautista. Está la luz incandescente al final del túnel, aunque nos falta la mano que nos revele el camino. La gran mayoría pretende la flauta para tener futuro, y nos quedaremos nuevamente desiertos de esperanza; porque «flautista» hubo uno solo. Hoy es momento de pagar las cuentas y salirse de escena. Ahora es el paso firme a la identidad. No sea cosa que, al igual que en Hamelin, no seamos recompensados con el espacio y decidamos llevarnos toda la juventud de nuestro pueblo.
Mi saludo fraternal. Walter.
Por Walter Di Giuseppe
Abogado. Miembro Fundador de IQ (Identidad Quilmeña).