A 25 años de la muerte de Lady Di

El fin de la historia es conocido por todos. El 31 de agosto de 1997, Lady Di tenía 36 años. El auto en el que viajaba junto a su pareja, Dodi Al Fayed, se estrella en la capital francesa. Ambos pierden la vida. También Henri Paul, el conductor del automòvil, quien intentaba escapar del asedio de los paparazzi que acosaban a la princesa a sol y a sombra.

Desde entonces, la muerte de Diana está acompañada por renovadas teorías conspirativas y especulaciones de todo tipo, siempre redituables para buena parte de los medios de comuncación, que parecen no poder prescindir del encanto que aún despierta su figura. Después de todo, Lady Di se había convertido en un personaje global y popular. En el rostro más bello de la monarquía británica (y tal vez de la realeza toda) y también, en el más atroz. 

Diana Spencer nació el 1 de julio de 1961 en el seno de una casa aristocrática, cuya rama paterna mantenía lazos históricos con la familia real. Su padre, John Spencer, tenía el título de conde y su madre, Frances Ruth Burke Roche, el de vizcondesa de Althorp.

Los Spencer tuvieron cinco hijos: Sarah, Jane, Charles, John (murió poco después de nacer) y Diana. Que esta última no haya sido varón, y negara a su padre un heredero, resultó traumático. Lady Althorp fue tratada en clínicas de Harley Street para determinar cuál era el “problema”. Esto resultó humillante y contribuyó a terminar con su matrimonio con Sir Roche, forjando el espíritu combativo de Diana.

Cuando el conde se volvió a casar, le arrebató a su ex mujer la custodia de la menor de sus hijas. Diana mantuvo una tensa relación con la pareja de su padre, Raine McCorquoadale, condesa de Dartmouth. A tal punto que la llamaba “matón” y, según la prensa británica, cierta vez se cansó de ella y la empujó por las escaleras. 

Desde muy joven Diana era incómoda. No se destacó en los estudios, aunque sí lo hizo en el piano y por su “espíritu comunitario”. Disfrutaba de la natación, el buceo, el ballet y el claqué. A los 18 años ya vivía junto a unas amigas en Londres, donde trabajó como niñera, anfitriona de fiestas y asistente en una guardería. Esto último no se condecía con su alcurnia.

En noviembre de 1977, con sólo 16 años, conoció a Carlos, príncipe de Gales, hijo mayor de la reina Isabel II y heredero de la Corona. Él ya había cumplido 29 y salía con Lady Sarah, la hermana mayor de Diana. Pero nada de eso le importó.

Diana y Carlos se casaron el 29 de julio de 1981 en la Catedral de San Pablo de Londres. Se estima que 600.000 personas salieron a las calles de la capital británica para ver a la pareja ir rumbo a la boda y que 750 millones de espectadores siguieron la ceremonia por televisión.

Diana se convertía definitivamente en un ícono mediático. Por entonces era una figura de la moda y el símbolo de la belleza hegemónica. También era la primera vez que un miembro de la realeza se casaba con una mujer que había tenido un trabajo remunerado antes del enlace. El matrimonio tuvo dos hijos: Guillermo y Enrique.

La

flamante princesa de Gales era tímida, pero amable y carismática. Cumplía con sus “obligaciones reales” y sabía representar a la Reina Madre en el extranjero. Pero su sensibilidad y acercamiento a quienes sufrían comenzaron a contrastar con la asepsia de la Corona. Sus formas, a tomar atajos respecto a los rígidos rituales de la monarquía.

Diana estrecha la mano a enfermos del SIDA, cuando ningún miembro de la familia real se anima a hacerlo. Y los acompaña, como también a quienes sufren cáncer, lepra y alcoholismo. Además, apoya la Campaña Internacional para la Prohibición de Minas Antipersona.

Diana encuentra en los más vulnerables una calidez que contrasta con la frialdad y soledad del Palacio. También “honestidad” y “afinidad”. “Me encontré cada vez más involucrada con gente que era rechazada por la sociedad, como drogadictos, alcohólicos, gente maltratada o apartada, y encontré una afinidad allí.  Encontré mucha honestidad en las personas que conocí”, dijo durante una entrevista. 

“Cuando nadie te escucha o sientes que nadie te escucha, empiezan a suceder todo tipo de cosas. Por ejemplo, tienes tanto dolor dentro de ti que intentas herirte por fuera porque quieres que te ayuden, pero estás pidiendo una ayuda equivocada”, aseguró durante un reportaje emitido por la BBC.

Diana admitía así el daño que se provocaba. “Así que, sí, me infligí dolor. No me gustaba, estaba avergonzada porque no podía hacer frente a las presiones… Bueno, solamente me lesioné los brazos y las piernas”, declaró.

La vieron llorar “de manera abierta”, sufrir depresión, bulimia. Un escándalo para la familia real, para la aristocracia toda. Cultores de la reserva y la discreción, de la privacidad y la hipocresía, lo que sucedía con la princesa era inaceptable. Y le pusieron etiquetas: “Diana es inestable; Diana está mentalmente desequilibrada”.

La depresión posparto, una vida aburrida y triste, la infidelidad y el desdén de su marido y el acoso mediático conformaban una combinación explosiva. “Bulimia desenfrenada, si es que se puede tener bulimia desenfrenada, y una sensación de no ser buena en nada y ser una inútil. Y desesperación… y fallar en todos los sentidos”. “Y con un marido que amaba a otra persona, sí”, dijo durante una histórica entrevista que le hizo la televisión británica en 1995.

En 1986, cinco años después de haberse casado con Diana, el príncipe Carlos renovó la relación que mantenía con Camila Parker Bowles. “Éramos tres en ese matrimonio, así que estaba un poco concurrido”, dijo Diana a la BBC casi una década después. “El cuento de hadas había llegado a su fin”, añadió.

Se separaron en 1992, poco después de que la ruptura se hiciera pública. El escándalo creció dentro y fuera del Palacio de Buckingham. También en los medios. Los detalles de las desavenencias matrimoniales se dieron a conocer. Las formas y popularidad de Diana irritaban a la reina, que envió una carta a los príncipes “aconsejándoles” que se divorciaran.

El divorcio se consumó en agosto de 1996. Diana perdió el tratamiento protocolar de “su Alteza Real”, pero conservó el título de Princesa de Gales. La primera princesa “no Real” de la historia del Reino Unido, aunque princesa al fin. Incluso tuvo que devolver la “Tiara de los Enamorados de Cambridge”, una de las joyas más hermosas de la Corona que la reina le había entregado.

Pero Diana recuperó la libertad. Y algo de la felicidad perdida durante la década que vivió con Carlos en el Castillo de Windsor.

Una fugaz relación con el cantante Bryan Adams, la posibilidad de filmar en Hollywood con Kevin Costner y sus noviazgos con el cirujano musulmán Hasnat Khan y con Dodi Al-Fayed, hijo del propietario de las tiendas Harrods, además de la estrecha relación con sus hijos, formaron parte de una vida nueva y luminosa. Aunque todo aquello duraría poco. Apenas un año.

Diana y su pareja, Dodi Al Fayed, murieron el 31 de agosto de 1997. Habían cenado en el hotel Ritz de París y el auto en el que viajaban se estrelló en el túnel del Puente de la Almas. Con ellos viajaban el conductor del vehículo, Henry Paul, quien también falleció, y el guardaespaldas de la princesa, Trevor Rees-Jones, único sobreviviente de la tragedia.  

El Mercedes S280 negro colisionó cuando circulaba a gran velocidad (la investigación posterior determinó que iba entre 126 y 155 km/h cuando ingresó al tunel), perseguido por paparazis que intentaban fotografiar a Lady Di y a su novio. Desde aquel día, la muerte de la princesa de Gales está rodeada de teorías conspirativas e hipótesis de asesinato.

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