La ciudad de Rosario se encuentra sumida en el luto y la consternación tras los recientes crímenes al azar que cobraron la vida de cuatro trabajadores, sacudiendo la tranquilidad de sus habitantes. Sin embargo, la percepción de la realidad varía considerablemente según el barrio en el que se viva, revelando las profundas disparidades sociales y la violencia endémica que afecta a la ciudad.
En el centro de Rosario, la preocupación se centra en el temor de que se estén corriendo los límites de lo que se considera «lo matable». Los residentes de esta zona, que anteriormente se consideraba más segura, ahora enfrentan la angustia de no saber cuándo o dónde ocurrirá el próximo acto de violencia aleatoria. La sensación de vulnerabilidad se ha extendido entre quienes antes se sentían protegidos por la ubicación privilegiada de sus hogares.
En contraste, en los barrios periféricos de Rosario, las balaceras y las muertes de jóvenes son lamentablemente cosa de todos los días. La violencia se ha vuelto una realidad cotidiana, y los residentes han aprendido a convivir con el miedo y la inseguridad como compañeros constantes. La falta de oportunidades, la marginalidad y la ausencia del Estado en muchas de estas áreas han contribuido al incremento de la violencia y la sensación de impunidad.
Estos últimos eventos han puesto de manifiesto las profundas divisiones sociales que existen en Rosario y la necesidad urgente de abordar las causas estructurales de la violencia. Más allá de las respuestas inmediatas, como el aumento de la presencia policial o las medidas de seguridad, se requiere un enfoque integral que aborde las desigualdades económicas y sociales que alimentan el ciclo de violencia en la ciudad.
En este contexto, la sociedad rosarina se encuentra en un momento crucial en el que se debe reflexionar sobre el tipo de ciudad en la que se quiere vivir y tomar medidas concretas para construir una comunidad más segura, justa y equitativa para todos sus habitantes.