Una muerte evitable

Una abuela de 85 años falleció en la Clínica Ceni por una infección generalizada tras una operación de fractura de fémur. Su nieta exige respuestas al sanatorio

El caso de una abuela de 85 años que murió de una infección generalizada luego de ser operada de una fractura en la pierna volvió a poner en cuestionamiento el tratamiento que reciben los pacientes del PAMI en la Clínica Ceni.

María Cristina Herrera Del Valle fue operada el 19 de junio por una fractura de cuello de fémur y dos días después le dieron el alta. El 24, contó su nieta Sabrina Pallares, «pedimos por WhatsApp que le cambien los medicamentos porque los que le habían dado no hacían efecto»: como respuesta, le dieron el mismo remedio pero de distinta marca.

El dolor era tan grande que el 19 volvieron a comunicarse por WhatsApp para pedir una comunicación con el traumatólogo. «A todo esto, ya estaba con delirios y alucinaciones», dijo Sabrina.

En ese lapso, por otro lado, la familia pidió cinco veces una ambulancia del PAMI pero «no la querían llevar a la clínica».

El 30, «mi abuela gritaba de dolor» y presentaba un edema en la pierna operada. «Mandamos fotos de comparación de volumen al WhatsApp de la clínica» y pidieron que sea revisada por un traumatólogo, que contestó a las horas y pidió que sea enviada en ambulancia a Ceni.

Un día después fue sometida a un eco doppler y a una radiografía que «salieron bien» y la abuela fue enviada a su casa otra vez porque la hinchazón, según el traumatólogo, «es algo normal de la operación. Le retiraron los puntos, le mandaron unas gotitas para el dolor y morfina. Mi abuela seguía con delirios».

El 4 de julio, en tanto, durante la limpieza de la herida, Sabrina comprobó que había mucha pus y sangre, algo que fue comunicado al profesional. «Desde mi casa pensamos que iban a venir a ver porque claramente no es lo mismo ver una foto que personalmente. No apareció, más tarde me preguntó cómo estaba. Mi abuela seguía agonizando de dolor, con delirios y perdida en tiempo y espacio». Así fue que decidieron consultar con un psicólogo y a un psiquiatra.

El 6, mientras el estado de la abuela seguía siendo grave, el traumatólogo visitó la casa y decidió el traslado a la clínica. La médica de Guardia le informó a la familia que «tiene una infección muy grande, es probable que afecte otros órganos y la parte neurológica». La abuela quedó internada ese día con suero y respirador.

Un día después se produjo el desenlace. Falleció de un paro cardiorrespiratorio -sin antecedentes cardíacos- y el jefe de Traumatología, identificado por Sabrina como Hernán Mauricio Guede, «me reconoció que tendría que haber ido a ver la infección el día que le dije y no tres días después».

El 18 de julio «le mandé una especie de carta -al director de la clínica- en donde le cuento lo sucedido, además para pedirle nombre, apellido, matrícula, historia clínica, estudios previos (como eco doppler y radiografías) y jamás tuve noticias».

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