Zárate, entre el enojo y el pedido de justicia

Las tensiones están en el aire de una sociedad atravesada por la indignación y el miedo hacia los rugbiers “los hijos del poder”, como los califican. “Zárate, ciudad de guapos”. La pintada se leía como una provocación luego del brutal asesinato a Fernando Báez Sosa, aunque fue escrita para celebrar que esta ciudad, situada sobre la ribera del río Paraná, fue declarada “la capital provincial del tango”. 

“La desgracia es la pérdida de una vida”

En la plaza Mitre no quedan huellas de la gran marcha que se realizo el pasado miercoles 18 de enero, a tres años del crimen. Más de 700 personas reclamaron justicia por Fernando Báez Sosa, asesinado a golpes en la puerta del boliche Le Brique en Villa Gesell

José Luis Hans tiene 45 años y camina con su carrito juntando cartones por Belgrano, una de las calles que rodea la plaza. “Ellos siempre andaban con autos importados. Una vuelta me bardearon, una sola vez, y yo los observé y los esperé, pero eso pasó porque estaban drogados. El que me bardeó es uno de los que le pegó al pibe (por Fernando Báez Sosa)”. ¿Máximo Thomsen?, pregunta esta cronista. “Ese mismo; es el más picantito de todos, el que manda a los otros —responde—. Siempre le pido a Dios que no salgan más de la cárcel; porque tienen plata quieren pasarse el mundo por arriba y acá estoy cansado porque a mí me pasaron por arriba gente que tiene plata”. 

José Luis, que trabaja con el carrito hace siete años, sale a las siete de la mañana desde su casa del barrio Reysol para juntar la mayor cantidad de cartones en el camino. “Laburé en la isla, hice el monte, fui albañil, hice de todo”, resume con una sonrisa pícara “el viejo rezongón”, según cuenta que le dicen porque vive renegando.

Diego, el dueño del Plaza Café, en la esquina de Belgrano y Justa Lima, habla detrás de la barra, mientras prepara un café con leche para uno de los clientes. “Se puso el foco en Zárate y en los rugbiers cuando no todos son rugbiers; están metiendo a todos en una misma bolsa equivocadamente —matiza Diego—. La verdad que la ciudad lo vive con tristeza no sólo por los pibes, sino por lo que le pasó a Fernando también; la desgracia es la pérdida de una vida”. 

Para Diego las peleas a las salidas de los boliches son algo “cotidiano”, no sólo en Zárate. “Si bien ya pasé la etapa de la noche, he vivido un montón de situaciones de peleas. Gracias a Dios nunca pasó una tragedia. No es nada del otro mundo las peleas de la noche; es algo habitual”, insiste el dueño del café que está frente a la plaza Mitre.

–¿Matar en una pelea también es habitual?

–No, para nada. Esa es la desgracia que le pasó a Fernando. Todo lo otro la justicia lo irá arreglando.

Aunque Diego no tiene “afinidad” con la familia de los rugbiers confiesa que son “conocidos” y “muy buena gente” y aclara que hay una diferencia generacional muy grande con los “chicos” (así llama a los imputados) porque él tiene 52 años y jugó al básquet. “Soy más de la edad de alguno de los padres de los chicos”, precisa y continúa despachando café, tostados y jugos.

“Ojalá que les den perpetua”

Dalila es una joven de 18 años que prefiere que su apellido no salga publicado ni en qué barrio vive. “Siento mucha bronca, ¿cómo puede haber gente tan mala? No tienen vergüenza; les chupa un huevo todo, pueden matar una persona y es normal para ellos. Casi todas mis amigas publican en Instagram que se haga justicia por Fernando”. Aunque Dalila no suele ir a bailar a los boliches del lugar, sabe que “hay pibas que las han agarrado a palos” en la calle.

Sheila González, que tiene 18 años y trabaja como promotora, no pudo estar en la marcha que se realizó el día en que se cumplieron tres años del asesinato porque estaba trabajando. “Los rugbiers hacían desastres acá. En el boliche Zeta, uno de ellos estaba discutiendo con una piba y le pegó y un chico saltó a defender a la chica. Todos sabemos que eran muy problemáticos. En los boliches hay mucha violencia; se cagan a botellazos y a la salida se pegan. Una vez, en Zeta, empezaron a los botellazos y casi me pegan a mí en la cabeza. No hay control de nada; tendrían que tener más cuidado”. 

Juliana Torres (29 años), compañera de trabajo de Sheila, advierte que el problema se genera adentro de los boliches. “Cuando los sacan afuera, se sacan el problema de encima: ‘listo, arréglense ustedes’. Los boliches se lavan las manos. Los rugbiers eran muy violentos. Como las familias de ellos están económicamente bastante bien, la mayoría se calla la boca y no dice nada por miedo a que les pase algo o que les hagan algo”.

El club de los rugbiers

Las dos promotoras coinciden: “Ojalá que les den perpetua”. Juliana asegura que cada vez que Zárate “sale en la tele” es por algo malo. Y menciona un caso reciente durante el último mundial: un muerto como consecuencia de los destrozos a la heladería la Real, ubicada en pleno centro de la ciudad, después de la definición por penales entre Argentina y Países Bajos, el viernes 9 de diciembre. 

El dueño de la heladería, Miguel Ventura, murió de un infarto luego de intentar que los violentos descendieran de la costosa cartelería ubicada en la marquesina del local. Sheila y Juliana están sentadas en uno de los bancos de la plaza Mitre, cerca de un cartel que recuerda a Rocío Abigail Juárez, una joven de 22 años que fue asesinada de un tiro en la cabeza y parcialmente quemada por los hermanos Pablo y Matías Escobar el 4 de junio de 2013. Los hermanos Escobar fueron condenados a la pena de prisión perpetua en 2015. 

Ocho albañiles que trabajan en una obra en construcción cercana descansan acostados sobre el pasto. Uno de ellos se queja porque los Pertossi “tienen mucha plata”. Otro, el rubio-colorado del grupo, escudado en el anonimato, lanza un exabrupto: “¡Que los condenen a la silla eléctrica!”.

Bullying a las mujeres

“Los muchachos (por los rugbiers) son responsables”, sentencia Eduardo Molina, uruguayo que vive y trabaja en Zárate como parquista en la costanera. En el barrio Villa Massoni, Brisa (22 años) repite una y otra vez que fue “horrible” lo que le hicieron a Fernando. “En mi casa, cuando vimos la noticia, nos largamos a llorar todos. Espero que les den la condena que se merecen y que se haga justicia. Lo único que le puedo decir a los jueces y a los gobernantes es que no apoyen a esos chicos porque no se lo merecen”. 

La cara de una joven que trabaja en un local comercial se transforma cuando se menciona a los imputados. Ella estudió en la Escuela Nacional de Zárate, un colegio público donde cursó Lucas Pertossi. No fue su compañera de aula porque es un año menor. “Era malo; a mi mejor amiga le decía cosas horribles, comentarios sobre su cuerpo. Los más violentos son los Pertossi, siempre hacían mucho bullying a las mujeres”, revela con una bronca que deviene amargura por lo que sufrió su mejor amiga. Mientras atiende repasa el momento en que se enteró del asesinato. “Me sorprendí porque no pensé que iban a llegar tan lejos, pero cuando vi quiénes eran no me extrañó”.

Un joven decide hablar. No quiere que aparezca la edad, de qué trabaja, nada que pueda identificarlo. Reconoce que tiene mucho miedo. Muestra lo que escribió en Instagram Alejo Milanesi, primo de los hermanos Ciro y Luciano Pertossi, con quienes jugaba al rugby junto a Blas Cinalli en el Club Naútico Arsenal de Zárate. Milanesi estuvo más de viente días preso antes de ser sobreseído en la causa, junto a Juan Pedro Guarino ya que no se pudo comprobar su participación en el asesinato. 

“Desde el primer momento estuve a disposición para contar lo que viví y ayudar en la causa. Por temas ajenos a mi voluntad, desistieron a mi testimonio. Gracias a mi familia y amigos por acompañarme, fueron años difíciles para mí. Lamento mucho todo lo que pasó. Deseo que todo esto termine como debe ser, con respeto a las familias y JUSTICIA”, posteó Milanesi el lunes 16 de enero, el día en que se presentó ante el Tribunal Oral en lo Criminal (TOC) Nº 1 de Dolores. No declaró porque, a pesar de haber sido citado como testigo, la defensa y la querella desistieron de su testimonio.

La conflictiva familia Pertossi

“Todos los rugbiers siguen en contacto con su círculo de Zárate a través de Instagram y Facebook. Todos —subraya el joven—. Sus amigas nunca dejaron de interactuar en sus publicaciones. Se habla mucho de que hay una expectativa de baja condena. Pese a que hay muchas pruebas, se sabe que todo el equipo de (Hugo) Tomei está haciendo lo imposible para lograr condenas menores”

El joven sugiere que Tomas Collazo sería quien financia a Tomei, el abogado defensor de los imputados. “Nunca se habló de Colazo, su nombre apareció en muy pocas notas; es el chico que sale de negro en uno de los videos, el que fue confundido con Luciano Pertossi”, explica el joven sobre Colazo, apodado “Pipo”, que nunca jugó al rugby pero era amigo de los ocho imputados y estaba en Villa Gesell cuando sus amigos asesinaron a patadas a Fernando. “No fue detenido en ese momento porque era menor de edad (17 años) y no había pruebas de que haya estado en el boliche”.

El miedo a hablar sobre los imputados se percibe en la forma de mirar, como si estuviera huyendo de un peligro inminente. “La familia Pertossi es muy numerosa y toda gente conflictiva —los define—. Pese a todo lo que pasó, el hermano menor, Ramiro Pertossi, tuvo denuncias por robos y tenencias de armas de fuego después del asesinato de Fernando, es decir que el accionar en la familia no cambió en nada. Esta gente tiene en su naturaleza la violencia”.

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