Franca y Sál, dos de los 56 restaurantes porteños distinguidos por la Guía Michelin, anunciaron su cierre en medio de la profunda crisis económica que atraviesa el país. Ambos espacios formaban parte de la élite gastronómica argentina, pero no pudieron sostenerse frente al derrumbe del consumo y los costos imposibles de afrontar.
Las persianas bajan incluso para los mejores. La crisis que atraviesa la gastronomía argentina no da respiro y ya golpea incluso a los restaurantes de mayor prestigio internacional. En este caso, dos locales ubicados en Palermo y Chacarita, reconocidos por la Guía Michelin, anunciaron su cierre definitivo. Uno de ellos, Franca, del chef Julio Báez, dará su último servicio el sábado 7 de junio. El otro, Sál, ya cerró a fines de mayo.
«Este cierre es el resultado de una realidad económica que nos toca profundamente y ya no podemos sostener», expresaron desde el equipo de Franca. El local había abierto a fines de 2022, como sucesor de Julia, el primer restaurante de Báez, que había ganado popularidad tras la pandemia.
En diálogo con el sitio LPO, referentes del rubro fueron claros: “Esto no es algo temporal. Lo grave es que no se ve dónde termina la crisis”. Aunque lugares como Don Julio aún logran mantenerse con público extranjero, los locales de segundo nivel —incluso los distinguidos— no logran sobrevivir. «Es una ecuación que no cierra para nadie: al cliente le resulta caro, al personal no le alcanza el sueldo y a los dueños no les cierran los costos», resumió un empresario gastronómico.
Desde el sector también señalan la fuerte caída del turismo y el encarecimiento general de Buenos Aires. “La competencia ya no es entre restaurantes, es contra comprarte unas zapatillas o ir al teatro”, ironizó un dueño de restaurante.
Los comunicados que dolieron
En un extenso y emotivo posteo en Instagram, Julio Báez habló del cierre de Franca con un fuerte mensaje:
«Los restaurantes no son ajenos a los mismos problemas que tenemos todos en nuestra economía doméstica. Lo ves cuando vas a la verdulería, la carnicería, el supermercado… Abrimos de día, de noche, hicimos brunchs, bajamos precios sin resignar calidad, achicamos el equipo… pero no fue suficiente».
Por su parte, el creador de Sál eligió un mensaje más introspectivo, donde habló del paso del tiempo, sus viajes y aprendizajes, y cerró con una frase que resume el espíritu de lucha de los cocineros argentinos:
“Mi último plato fue simplemente el primero de otro… persigan sus sueños, aunque alguien te diga que son imposibles”.
Ambos cierres sacuden al universo culinario porteño y dejan en evidencia la crudeza del ajuste, incluso en sectores que antes parecían blindados. En este escenario, la alta cocina también tiene que sobrevivir al ajuste de Milei. Y, como muchos otros, empieza a quedarse sin margen.