El pasado fin de semana, una exclusiva cena de recaudación organizada por la Fundación Faro reunió a destacados empresarios nacionales, dispuestos a desembolsar 25 mil dólares por cubierto. A primera vista, el evento parecía ser una oportunidad para apoyar iniciativas educativas y culturales con una impronta liberal. Sin embargo, los asistentes pronto descubrieron que la velada no era solo una gala filantrópica, sino parte de un engranaje que impulsa un discurso radical y polarizador.
El anfitrión de la noche fue Agustín Laje, reconocido biógrafo libertario y figura clave del movimiento ultra liberal en la región. Durante la cena, Laje delineó una narrativa que mezcla ideas de libre mercado con un enfoque combativo, en lo que definió como una «guerra dialéctica». Según su planteo, esta contienda ideológica no solo busca erradicar lo que él llama «estructuras colectivistas», sino también redefinir las bases culturales y políticas del país.
Aunque varios empresarios respaldan la expansión de ideas liberales, algunos asistentes admitieron sentirse incómodos con el tono beligerante del mensaje. «Pensamos que estábamos apoyando una causa de diálogo y construcción, pero el discurso giró hacia una polarización extrema», comentó, bajo anonimato, uno de los participantes de la velada.
El evento dejó en evidencia una tensión creciente dentro de ciertos sectores del empresariado nacional: por un lado, el interés en apoyar un cambio en las políticas económicas, pero, por otro, la preocupación por el costo político y social de alinearse con movimientos que privilegian la confrontación antes que el consenso.
La Fundación Faro, fundada hace menos de una década, se ha posicionado como un centro de pensamiento liberal, pero con una retórica que algunos califican de extrema. «El liberalismo no tiene que ser sinónimo de guerra cultural», sostuvo un experto consultado, subrayando que el desafío está en construir puentes en lugar de cavar trincheras.
Mientras tanto, las implicancias de esta estrategia discursiva aún están por verse. Para algunos, financiar el futuro de un país más libre significa apostar por un debate constructivo; para otros, el alto precio de esa cena fue, en realidad, el costo de una aventura sin final claro.