En el año 2003, Quilmes rompió con una larga sequía y regresó a la Primera División después de 11 años en el Nacional B. Aquel ascenso marcó un antes y un después para el club y quedó grabado en la memoria de los hinchas como uno de los momentos más épicos de su historia.
No fue un camino fácil. Durante más de una década, el Cervecero sufrió varias finales perdidas y lidió con supersticiones que parecían condenarlo al fracaso. Sin embargo, el destino cambió gracias a la conducción de un hombre que terminaría convertido en prócer del club: Gustavo Alfaro.
La frase que marcó el ascenso
En la previa de la histórica final contra Argentinos Juniors, disputada en el estadio de Ferro, Alfaro dejó una enseñanza que resonaría en el vestuario y se convertiría en emblema del triunfo. Escribió en una pizarra una frase que resumía el espíritu que quería transmitir a sus jugadores: “Cuando veas la sombra de un gigante, no te asustes; significa que la luz está detrás de él.”
Esa noche, Quilmes venció al Bicho con autoridad y concretó su anhelado regreso a la máxima categoría. Pero el ascenso no solo significó un logro deportivo; fue la culminación de años de esfuerzo, resiliencia y un cambio de mentalidad que el técnico supo inculcar en sus dirigidos.
El legado de una hazaña
A 20 años de aquella gesta, el recuerdo sigue vivo en el corazón de los hinchas quilmeños. Gustavo Alfaro no solo se ganó un lugar de honor en la historia del club, sino que dejó una enseñanza para todos los que enfrentan desafíos: el verdadero éxito llega cuando se enfrenta el miedo con valentía y determinación.
Quilmes no solo ascendió a Primera en 2003; también demostró que las maldiciones y las derrotas del pasado pueden ser superadas con trabajo, convicción y un líder que sepa cómo guiar a su equipo hacia la luz.