Hace unas semanas, el aeropuerto de la ciudad de Dunedin, en Nueva Zelanda, implementó una llamativa medida: imponer un límite de 3 minutos a los abrazos de despedida. “Es nuestra forma no convencional de recordar a la gente que la zona de dejar pasajeros es para despedidas rápidas”, explicó Daniel De Bono, CEO de la terminal, quien justificó la decisión como un intento de optimizar la fluidez en las operaciones.
Por el contrario, los aeropuertos de Uruguay no tardaron en reaccionar con un mensaje diametralmente opuesto. En sus redes sociales, declararon a sus terminales como “Aeropuertos de Abrazos sin Límite de Tiempo”. “Porque, a diferencia de otros lugares, nosotros creemos que los abrazos tienen que durar lo que tienen que durar”, afirmaron, destacando un enfoque más emocional y relajado frente a las despedidas.
Una polémica que trasciende fronteras
La medida de Dunedin generó reacciones divididas. Mientras algunos usuarios consideraron práctica la norma para evitar congestiones en las zonas de desembarque, otros criticaron la frialdad de imponer un cronómetro a momentos tan significativos como una despedida.
Por su parte, la postura de los aeropuertos uruguayos se ganó elogios por privilegiar las emociones por encima de la logística. “Es un toque humano que muchas veces falta en los aeropuertos”, comentaron usuarios en las redes, celebrando la calidez de esta decisión.
Dos filosofías, un mismo espacio
Estas posturas ponen de manifiesto cómo los aeropuertos, más allá de ser espacios de tránsito, también pueden convertirse en escenarios de valores culturales y emocionales. Mientras unos priorizan la eficiencia, otros prefieren dar lugar a los momentos que conectan a las personas.
La discusión, más allá de su tono ligero, invita a reflexionar sobre el equilibrio entre la funcionalidad y las emociones en los espacios públicos.