El litio, conocido como el «oro blanco» y considerado el petróleo del siglo XXI, ha sido una pieza clave en las políticas de transición energética. Durante el auge de su demanda, los precios de los derivados de este mineral alcanzaron cifras récord, llegando a comercializarse a 73.000 dólares la tonelada en 2022, con algunos reportes que incluso hablaban de 80.000 dólares. Sin embargo, la burbuja que rodeaba a este recurso comenzó a desinflarse rápidamente, y hoy su valor está muy lejos de aquellos máximos históricos.
A medida que las proyecciones de demanda para el litio no se cumplieron, el mercado experimentó una abrupta caída. Según datos de la Cámara Argentina de Empresarios Mineros (CAEM) revelados por PáginaI12, en julio de este año el precio del litio se ubicó por debajo de los 10.000 dólares la tonelada. Esto representa una disminución del 64,5% en comparación con el mismo mes del año pasado, una caída que pocos hubieran previsto en medio del boom inicial.
El desplome del precio del litio pone en duda muchas de las expectativas que se habían generado en torno a su producción y comercialización. Países y empresas que apostaron por este mineral como una fuente segura de ingresos y como un pilar de la transición hacia energías limpias ahora enfrentan un escenario incierto. La sobreoferta, las fluctuaciones del mercado y la falta de cumplimiento de las expectativas de demanda han contribuido a esta situación, haciendo tambalear la rentabilidad de muchos proyectos mineros.
Esta caída también reaviva el debate sobre la volatilidad de los mercados de materias primas y la necesidad de diversificación en la estrategia de transición energética. Aunque el litio sigue siendo un componente esencial para baterías y tecnologías verdes, su reciente trayectoria en el mercado demuestra que el «oro blanco» no es inmune a las dinámicas especulativas y a los vaivenes de la oferta y la demanda globales.
