La monja rebelde que rompió el protocolo para despedir al Papa Francisco

Geneviève Jeanningros, de 81 años, no hizo reverencias ni se limitó a un saludo breve: se quedó junto al féretro, rezó y lloró por quien fue su amigo, su guía y su aliado en las calles de Roma.

Mientras cardenales, obispos y autoridades pasaban en fila con gestos solemnes y protocolares frente al féretro de Jorge Bergoglio, hubo una mujer que no se amoldó a la ceremonia. Fue sor Geneviève Jeanningros, una monja francesa que a sus 81 años se paró a un costado, oró en silencio y lloró desconsoladamente durante varios minutos. Nadie se atrevió a interrumpirla. Los guardias suizos simplemente la dejaron estar.

Geneviève no era una más. Es sobrina de Léonie Duquet, la monja francesa secuestrada y desaparecida durante la última dictadura cívico militar argentina, tras ser señalada por el genocida Alfredo Astiz. Aquel hecho marcó su vida, pero también forjó su lucha: hace más de cinco décadas vive en una casa rodante en Ostia, en las afueras de Roma, desde donde lleva adelante una misión pastoral con feriantes, artistas de circo y la comunidad LGBTI+. Y fue justamente ella quien le abrió a Francisco las puertas a ese mundo marginado, cuando él era Papa.

La llamaban la «enfant terrible» del Vaticano. Y no era para menos. Sor Geneviève se convirtió en una figura incómoda pero amada, que logró lo que pocos: que un Papa se sentara cada miércoles a escuchar a travestis, migrantes y obreros. “Esa es la Iglesia que me gusta”, decía Francisco. Por eso, en su despedida, no hubo reglas que la contuvieran. Solo un silencio profundo, y una monja que no se resignó a pasar de largo.