Trainspotting dialoga moderadamente sobre varios componentes que hacen a la cotidianeidad y sondea los sinsabores de la vida: desde intentar entender el comportamiento de las personas con las que nos rodeamos hasta cuestionarnos qué deseamos de nuestro futuro.
Trainspotting -lanzada en 1996, es la adaptación de la novela del escocés Irvine Welsh- se encarga de capturar el derrotismo de unos jóvenes de los suburbios de Escocia que no tienen lugar ni rumbo en una sociedad capitalista. Entonces, Mark Renton (interpretado por Ewan McGregor) y sus amigos se dedican a inyectarse heroína.
Salvaje y atrapante. La película de Danny Boyle refleja la marginalidad, la desintegración humana, el aburrimiento mezclado con jeringas, la amistad como una verdadera adicción, explora el “sentimiento escocés” y la idea de escapar.
La historia mantiene su fortaleza intacta porque las almas de sus personajes pueden verse en las calles de cualquier parte del mundo, donde habitan las desigualdades: son los mismos que duermen en las estaciones de tren, merodean en las calles céntricas en busca de alimento o un billete.
Trainspotting se ha metido en el corazón de muchas personas porque su relato envuelve el sentimiento de una generación que busca conseguir un empleo estable, con una remuneración digna y aspira mantenerlo. Rondas de pintas, partidos de fútbol sin sorpresas, desconexiones entre padres e hijos, teorías bilaterales de la vida, confianza ciega en la Madre Superiora, entrevistas aceleradas, pornografía, partidos de pool, robos amateurs y la poderosa heroína. La sustancia se convierte en la única razón de este grupo para atravesar los días y las noches en un departamento lleno de tierra y de depresión.
Abstinencia, desesperación y perdición. Esta cinta independiente le dio protagonismo a una problemática omitida por los líderes políticos de turno, por la industria periodística y por Hollywood. No solo por mostrar vorazmente el hundimiento en las drogas de una manera cruda y singular sino que Mark –respaldado con voz en off- nos adentra a su mundo quebrado, que no puede soltar. El filme activa diversas emociones en el espectador: enfado, diversión y angustia. Lejos de glorificar el consumo de drogas, la película muestra cómo la adicción que, en un principio, parece una salida rápida al olvido, empieza a convertirse gradualmente en un problema. Los brillantes planos subjetivos que propone Boyle, las descollantes actuaciones, un magnífico guión y la exquisita banda sonora (Iggy Pop, Lou Reed, New Order, Pulp y Blur), convierten a Trainspotting en una obra de arte moderna, visibilizando a una juventud rota que se refugia en las drogas.
Renunciar a la heroína y cambiar su vida implica dejar su país, dejarlo todo. Desprenderse. La esperanza de Mark estaba en Londres y no en Edimburgo, para rearmar su vida fue a la capital, a la ciudad que concentra el poder porque entendía que Escocia no era el lugar para sobrevivir. Huyó hacia el país que los domina económicamente, floreciendo la histórica lucha política y cultural que existe entre los países que integran el Reino Unido.
No puede dejarlo, debe convivir con sus errores. Mark no puede despegarse de sus supuestos amigos, quienes lo buscan y lo persiguen como la heroína que pretende volver a insertarse en sus venas. Su vida vuelve a descomponerse a medida que se ve forzado a lidiar con intereses ajenos. Y debe cargar moralmente con la culpa de la muerte de Tommy –el único sano del grupo- tras haberlo inducido al devastador mundo de la heroína.
La vorágine del filme viaja rápido como el tren que los conecta con las montañas y con las nubes escocesas, un tren en el que Renton lo abandona mientras Sick Boy, Begbie y Spud duermen. Mark justifica la traición para cortar un vínculo gastado, él aspira a tener un nuevo comienzo en su vida, busca convencerse que puede mejorar su destino. Quiere enterrar un instante placentero, por eso elige otra cosa. Elige desaparecer. Elige escaparse. Elige la vida.
Fernando Martini