«Hombre muerto», la nueva película dirigida por Andrés Tambornino y Alejandro Gruz, ya está en cartelera y ha captado la atención por su tono distintivo y su capacidad para esquivar las convenciones del género. Aunque podría ser tentador etiquetarla como un western, la película va mucho más allá, presentando una historia que desafía las expectativas y ofrece una reflexión sobre la naturaleza humana y el poder.
La trama, aparentemente sencilla, sigue a un forastero (interpretado por Oliver Kolker) que llega a un pequeño pueblo olvidado tras el cierre de una mina de azufre. Con una oferta de dinero que promete “progreso”, el forastero busca a alguien dispuesto a asesinar al propietario de la mina, conocido simplemente como el Ingeniero (Diego Velázquez). Este planteo inicial introduce a los espectadores en un mundo donde las nociones de moralidad, lealtad y poder son puestas a prueba.
Los candidatos para cumplir con esta oscura misión son tan variados como interesantes: Almeida (Osvaldo Laport), un ermitaño que vive en los márgenes de la sociedad y rechaza cualquier forma de autoridad; el comisario (Sebastián Francini), cuya lealtad parece ser tan flexible como sus principios; el dueño del bar del pueblo (Daniel Valenzuela), quien ve en la propuesta una oportunidad para salir de la mediocridad; y el cura (Roly Serrano), cuya fe es cuestionada por la tentación del dinero.
A medida que la trama avanza, «Hombre muerto» se aleja de los clichés del western clásico para explorar temas más profundos y oscuros. El concepto de «progreso» se revela como una promesa vacía, una ilusión que amenaza con desmoronar lo poco que queda del alma de este pueblo. La película destaca por su atmósfera tensa y su cuidada construcción de personajes, que, lejos de ser simples arquetipos, son individuos complejos con sus propias motivaciones y demonios internos.
Tambornino y Gruz logran crear un universo propio, donde el desierto y la soledad del paisaje reflejan la desesperanza y el vacío de sus habitantes. La dirección de fotografía, a cargo de Iván Gierasinchuk, refuerza esta sensación de aislamiento, con tomas que capturan la inmensidad del paisaje y la pequeñez de los hombres que lo habitan.
En definitiva, «Hombre muerto» es una película que desafía las etiquetas y ofrece una experiencia cinematográfica única. Es un film que, aunque se enmarca en el género del western, lo utiliza como un punto de partida para explorar cuestiones mucho más profundas sobre la condición humana. Una obra que, sin duda, dejará una marca en quienes se atrevan a adentrarse en su desolador y fascinante universo.
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